La comunicación: molde y reflejo de nuestra cosmovisión


Escribir, hablar, escuchar o incluso estar en silencio son mucho más que meros actos de comunicación: son ventanas que nos permiten ver e interpretar el mundo a cada persona de una manera concreta. Margaret Mead, en su larga vida como antropóloga, destacó en que el lenguaje y la interacción humana no solo reflejan nuestra realidad, sino que de alguna manera la construyen. Cada palabra, cada gesto que elegimos para utilizar en cada contexto vital que se nos presenta nos define como personas: de dónde somos, cómo pensamos, nuestra cultura y creencias etc. Esto nos hace preguntarnos si nosotras, como personas individuales, estamos viendo el mundo como realmente es.


Nuestra cosmovisión es el medio que tenemos para interpretar y comprender la realidad, por lo que no es de extrañar que esté profundamente arraigada a nuestra manera de comunicarnos. Margaret Mead planteó que el lenguaje actúa como un mero molde que configura nuestra percepción más allá de ser un reflejo de lo que somos y de como pensamos. Por ello, no nacemos con una cosmovisión definida, la vamos construyendo a medida que vamos creciendo, a medida que abrimos puertas y descubrimos nuestra manera única de ver el mundo. Cada acto de comunicación que utilizamos está lleno de significados culturales que nos enseñan a priorizar algunos aspectos del mundo mientras que otros los ignoramos. Cada persona o comunidad prioriza e ignora lo que está presente en su cosmovisión. Por ejemplo, como vimos en clase, en un país (si mal no recuerdo era Alemania) hay dos tipos de ‘estar sobre’ diferentes dependiendo de la estabilidad del objeto que tengamos. Esta comunidad de hablantes priorizan tener más de una manera de denominar esto mientras que muchos otros sitios no es necesario especificar tanto. Además, según ella, el lenguaje también es una herramienta para permanecer ligados a nuestro pasado.

 
Al pensar entre el vínculo entre comunicación y cosmovisión me doy cuenta de que el lenguaje dice más de nosotras de lo que yo pensaba en un principio. Siento que muchas veces no somos conscientes de cuánto en verdad influye nuestra forma de expresarnos a nuestra cosmovisión. Cuando hablamos, no pensamos en por qué empleamos determinadas expresiones y no otras principalmente porque es natural en nosotros. De hecho, si hacemos el ejercicio de hablar tratando de cambiar ciertas palabras, nuestro discurso suena forzado. Ya poniéndome en un plano más personal, esto lo noto mucho con mi familia. Mi madre es galegofalante y cuando viene alguien que no es de Galicia y/o solo habla español, en lugar de hablar español a su manera, incluye ciertas formas que la hacen parecer “menos gallega”. Un ejemplo son los tiempos compuestos. Ella no los usa habitualmente, pero cuando está hablando en castellano con otras personas sí.


En definitiva, la comunicación y la cosmovisión están unidas de forma inseparable. Como indicó Margaret Mead, cada acto comunicativo no solo expresa lo que pensamos, sino que también moldea nuestra percepción del mundo y nuestra identidad. Mediante el lenguaje, interiorizamos los valores y prioridades de nuestra cultura, mientras que comunicamos y mantenemos esas mismas nociones. No obstante, esta conexión no es invariable. Al interactuar, no solo preservamos nuestra visión del mundo, sino que también podemos ponerla en duda y modificarla. Identificar cómo el lenguaje y la interacción nos configuran nos motiva a ser más conscientes de cómo impactamos, no solo en quienes nos rodean, sino también en la forma en que edificamos nuestra propia realidad. De este modo, entender esta conexión nos brinda una ocasión: la de prestar más atención a cómo hablamos, cómo escuchamos y cómo estos actos tan habituales pueden ampliar los límites de lo que consideramos posible. Al fin y al cabo, comunicarnos implica mucho más que solo intercambiar palabras: se trata de contribuir de manera activa a la construcción del mundo en el que vivimos. 





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